EL VIAJE DE LA MARIPOSA
por Caro Muñoz Agopian
Me resulta bastante similar el proceso de vida de una oruga a mariposa con el inmenso desafío de lograr generar vínculos y relaciones sanas con nuestros hijos para lograr brindarles las herramientas y el amor necesario para que logren, a su tiempo, transformarse en individuos únicos, independientes, con un abono emocional súper fértil y la capacidad de alzar vuelo de manera autosuficiente.
Estos últimos años, teniendo mariposario en casa, viendo el proceso cientos de veces, aprendimos mucho: aprendimos que sin el entorno favorable, sin su alimento, sin el reparo del mal clima es muy probable que las orugas no lo logren.
Aprendimos que a veces por más que las orugas hagan todo, su naturaleza las sorprende y les presenta un desafío donde el vuelo resulta más complejo: alitas que no se expanden del todo, patitas que no apoyan.
Aprendimos que mucho de quien es la oruga depende del deseo de ella misma. Ella lo da todo en cada proceso: en el momento que depende de otros y no sabe ni pedirlo. En el que abandona su piel, soltando lo que es, confiando en ella misma, para encontrarse con su nueva mejor versión. Hasta llegar al momento de asimilar. Ese momento donde necesita el silencio, la quietud, el vínculo más esencial con ella misma. Luego de unos días, su metamorfosis se comienza a ver desde afuera. De verde militar, a verde jade, a la transparencia que deja espiar sus alas.De pronto, y sin aviso, rompe ese límite delgadísimo que es su crisálida para encontrarse con su nueva versión, hambrienta de cielos, de flores, de vuelo.
Todas las temporadas, las Monarcas hacen su viaje de migración de México a Canadá.
Hace algún tiempo aprendí que las mariposas monarcas que emprenden su migración, generalmente son las abuelas de las que llegan ciertamente a destino.
Mientras tanto, que nuestras orugas crezcan, y ojalá, nuestras mariposas se encuentren libres, volando juntas en sus cielos de crianzas plenas.
Estoy segura que quien emprende ese vuelo no se pregunta si llegará a destino, si no que ansía saborear los atardeceres del camino.